Ante la superioridad del cubano Luis Ortiz, Deontay Wilder tuvo que recibir ayuda externa para retener su título Pesado
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Bernardo Pilatti | ESPN Digital

La batalla que disputaron el campeón reinante Deontay Wilder y Luis Ortiz por el título pesado del CMB fue más allá de las previsiones, casi rompe todos los pronósticos y cristalizó una injusta victoria del estadounidense.

Tan dramática e inmerecida que, aunque parezca un contrasentido, fue inevitable colocar ese título, fue injusto el KO y fue injusta la ayuda que le dieron al campeón entre el séptimo y el octavo asalto con esa teatralizada presencia del médico en el ring.

El combate nos regaló emoción a raudales y nos demostró una vez más que no hay nada más incierto y endeble que una especulación previa a una pelea de boxeo. No siempre el noqueador implacable es lo que transmiten los argumentos irrefutables ni nunca la victima propicia es tan propicia como todos la imaginamos.

Ortiz fue el dueño del ring, Wilder desnudó todas sus carencias. Ortiz nos demostró que a sus 39 años aún tiene boxeo del bueno y Wilder nos demostró que más allá de su poder en los puños, en la noche del Barclays Center le dio gran parte de razón a sus detractores.

Todo hay que explicarlo, como también hay que insistir en el terrorífico sistema para calificar peleas que una vez más también quedó expuesto, al momento de la detención de la pelea, los tres jueces tenían adelante a Wilder por un punto.

Un boxeador inteligente y un aprendiz con pegada

Los noqueadores, los grandes depredadores de la historia, nunca se caracterizaron por su buena técnica, por su buen manejo de piernas. Ni siquiera por su buena defensa. Han sido y son individuos dotados de una fiereza arrolladora. Van sobre el enemigo, lanzando golpes hasta que logran lastimarlo, luego solo lo acaban. Wilder es de ese grupo, pero hoy nos demostró que le falta mucho para ser mejor que los demás. Ortiz no ganó, pero hizo historia al ponerlo en evidencia.

El cubano trajo un plan inteligente, lo estudió bien a Wilder, impuso su ritmo y tomó el control total del combate. Su guardia zurda fue más zurda que nunca, peleó sesgado, utilizó de manera excelente el jab, conecto su izquierda con efectividad, impuso respeto y obligó a Wilder a ser cauteloso. Tan cauteloso que por momentos su cautela fue temor a la mano del cubano.

En los primeros cuatro asaltos, hubo poca acción. Wilder esperando, retrocediendo, esperando una oportunidad para colocar un golpe de poder y Ortiz moviéndose, manejándose con mucha destreza sobre piernas, haciendo el gasto y sumando volumen de golpeo.

En el quinto episodio, el cubano se descuidó y Wilder lo mando a la lona con una derecha dura, pero quedaba poco tiempo del round y no logro liquidar. Ortiz se recuperó para el sexto episodio y volvió a su dominio del ring, incluso con mayor agresividad. Esa presión dio sus frutos en el séptimo episodio, donde consiguió castigarlo duro y lastimar a Wilder que estuvo a punto de terminar noqueado. Lo salvó la campana.

Para el octavo, el cansancio empezó a perjudicar la movilidad del cubano, que no por ello dejó de dictar el ritmo de la batalla, imponiendo mejor boxeo y actitud. Hasta que llegamos al décimo round y ocurrió la debacle. Ortiz se descuidó, Wilder lo conectó, lo lastimó y a puro madrazo lo destruyó en menos de un minuto, fiel a su historia estadística. Lo mandó dos veces a la lona y el juez detuvo la pelea.

El estadounidense ganó como ha ganado todo, por KO, pero sin convencer y dando una pésima imagen boxística. Tal vez otorgándoles algo de razón a quienes le cuestionan – pese a su impresionante palmarés de 39-0 con 38 KOs – la poca calidad de sus rivales anteriores. Ortiz era su prueba mayor y no dio la talla. El cubano le desnudó todas sus carencias y debió ganar esa pelea, más allá de su descuido. Wilder fue favorecido.

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Las malas secuelas de una gran pelea

Fue un pelea emocionante, todos la disfrutamos, sin embargo no reivindica lo mejor del boxeo, por el contrario deja amargas enseñanzas las cuales es inevitable dejarlas pasar por alto.

1.- Al final del séptimo episodio, Deontay Wilder, estuvo a punto de ser noqueado. Su esquina trabajó de manera angustiosa para revivirlo y no lo consiguió. Sus piernas le temblaban y la mirada perdida decía claramente que estaba listo para ser noqueado por Ortiz en el octavo round. Pero de la nada, insólitamente, apareció un médico solicitando examinar al campeón. Fueron esos segundos cruciales y necesarios que enfriaron el entusiasmo asesino de Ortiz y le dieron aire a Wilder.

2.- En el décimo episodio, antes de las dos caídas fatales de Ortiz, hubo un empujón de Deontay Wilder que mandó a Ortiz sobre las cuerdas donde cayó aparatosamente y se golpeó en consecuencia. El cubano aprovechó para recuperarse e instintivamente puso la rodilla sobre la lona, pero el juez le conminó a que siguiera. Debió preguntarle si se encontraba bien y permitirle el tiempo de recuperación.

3.- Al momento de la detención del combate las tarjetas de los jueces Glenn Feldman, Kevin Morgan, y Carlos Ortiz Jr. tenían una puntuación similar, 84-85 favorable a Wilder. Excepto ese asalto 10-8 de la caída de Ortiz en el quinto episodio, en el resto el dominio del cubano fue abrumador al punto que el séptimo episodio debió ser un 10-8 a su favor. Esa calificación es incomprensible.

4.- Deontay Wilder ganó como era su obligación, pero dejó una pésima imagen. Tan pésima que al final es posible que lo haya beneficiado en su anhelo de enfrentar a Anthony Joshua. El “Bombardero de Bronce” mostró una imagen tan pobre que ese solo detalle debería servir para convencerlo al británico que después de vencer a Joseph Parker, no debe demorar en enfrentar al campeón del CMB. ¡Vaya que ironía del destino! Necesitaba pelear contra un rival de verdad, para que Joshua estuviera seguro que tipo de monstruo debía confrontar. Necesariamente, campeónes eran los de antes que se desvivían por ir mejores contra mejores.

5.- La televisión mostró antes y durante el combate el rostro de una pequeña hija de Luis Ortiz. Que un hijo de un boxeador de tan pocos años asista a este tipo de espectáculos van contra todas las reglas del sentido común y también va contra esas reglas que haya una cámara tratando de tomar el rostro horrorizado y angustiado de una niña viendo a su padre ser golpeado y caído sobre la lona. Algo debería hacerse para cambiar esa realidad. Este tipo de recursos del morbo, necesariamente deben estar pasando algún límite prohibido. Esto no es una crítica, esto es una denuncia.