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JALALABAD, Afganistán.- A las seis de la mañana del 29 de abril, once personas de la familia Mirza Gul —diez de ellos, infantes— se reunieron en torno a un objeto desconocido que yacía en el suelo cerca de su casa. La noche anterior, los talibanes se habían enfrentado a las fuerzas afganas cerca de ahí.

Dos de los niños más pequeños levantaron el objeto y Jalil, de 16 años, se dio cuenta de que era peligroso: se trataba de un misil que no se detonó durante la batalla. Trató de quitárselos, pero en el forcejeo, el misil cayó y explotó.

Fue un día cruel, incluso para los estándares de la larga guerra de Afganistán.

Para la noche, cuatro integrantes de la familia habían muerto, incluyendo a Jalil, quien trató de salvarlos a todos y falleció en un hospital. Una niña de 4 años, Marwa, perdió a su hermana gemela, Safwa, y a su madre, Brekhna, quien estaba cerca recolectando estiércol para usarlo como combustible. Una de las sobrinas de Brekhna, de 6 años, también murió en la explosión.

Siete sobrevivientes —tres hermanos y cuatro de sus primos hermanos— sobrevivieron para enfrentarse al sufrimiento de las pérdidas, pero eso no es todo: cada uno de ellos perdió una pierna, y dos perdieron ambas extremidades.

Durante los siguientes dos días, los médicos del Hospital Regional Nangarhar en Jalalabad trabajaron día y noche tratando de salvar las extremidades destrozadas y, cuando fue necesario, las amputaron.

Mangal, de 11 años, y Abdul Rashid, de 12, regresan al hospital después de pasar una tarde en el jardín.

“Quería llorar en la sala de operaciones”, dijo el director del servicio de ortopedia, Sayed Bilal Miakhel, quien estuvo a cargo del quirófano. “Hemos tenido muchas amputaciones aquí, pero en este caso eran niños y todos de la misma familia”.

Abdul Rashid, de 12 años, recuerda cómo fue cuando recobró la conciencia después del estallido: “Traté de levantarme y ya no tenía piernas”. Su hermano menor Mangal, de 11 años, mencionó que rengueó sobre sus rodillas hasta su casa después del estallido, pero se desmayó y despertó en el hospital.

Ninguno de los sobrevivientes perdió los brazos ni las manos ni sufrió lesiones en la cabeza; la mayoría de los que perdieron las piernas debajo de las rodillas serán buenos candidatos para prótesis. Sin embargo, no será posible que las utilicen hasta que hayan transcurrido varios meses de convalecencia.

Mientras esperan, los niños deben pasar por varias operaciones para atender las complicaciones de sus heridas, compartiendo periódicamente cuatro camas en una habitación de hospital. Algunos se sienten bien y se van por la noche a sus casas en el pueblo Fateh Abad, pero tres de ellos necesitan una hospitalización a largo plazo.

Para distinguirlos, los médicos escriben sus nombres con un marcador sobre el pecho de cada niño.

“Podemos salvar sus vidas, pero sería mejor para la rehabilitación y el tratamiento si los transfirieran a un centro bien equipado”, comentó Najibullah Kamawal, director del Departamento de Salud Pública Nangarhar. “Probablemente en otro país. Cada uno necesita ayuda personalizada y son personas muy pobres”.

Hamisha Gul consolaba a su hijo Abdul Rashid. “Hasta ahora no entienden que no pueden caminar”, dijo Gul. “No quieren hablar de eso”.

Shafiqullah, de 13 años, tiene ambas piernas amputadas por arriba de la rodilla y les suplicaba a los médicos que lo dejaran ir a casa. Los doctores afirman que todavía necesita dos operaciones más antes de que eso sea posible.

El adolescente está muy preocupado por sus estudios. Los exámenes de su curso de sexto grado estaban a punto de comenzar e insistía en que su familia le llevara sus libros y cuadernos, que guardaba en bolsas de plástico bajo su almohada, para ponerse al corriente. “No quiero perderme de los exámenes”, decía.

Hamisha Gul, de 65 años, es el padre de Jalil, quien murió, y de tres hermanos cuyas piernas fueron amputadas. Brekhna, la mujer que murió en la explosión, era su hermana.

Está orgulloso de Jalil. “Fue el primero de su grupo, desde primer año hasta el octavo”, comentó Gul. “Estaba aprendiendo inglés. Era tan listo que siempre estaba ayudando a estudiar a sus hermanos pequeños”.

Esos tres hermanos menores son dos gemelos de 12 años, Abdul Rashid y Bashir, y Mangal, de 11 años. Aunque Gul es un campesino analfabeto, todos sus hijos tienen ambiciones académicas.

Lol Pora consolaba a sus sobrinas Rabia, de 7 años, y Marwa, de 4. Marwa perdió a su madre y a su hermana gemela en la explosión.

En su cama de hospital, Bashir, quien perdió la pierna izquierda por debajo de la rodilla, tenía un libro de ejercicios en el que practicaba con regularidad su escritura en pastún, su asignatura favorita. En un pasaje se leía: “Que Dios sea compasivo conmigo y me ayude a mejorar”.

Su gemelo, Abdul Rashid, quien perdió ambas piernas por debajo de las rodillas, dijo que le gustaría ser médico cuando terminara la escuela. Mangal, quien perdió la pierna derecha por debajo de la rodilla, dijo que quiere ser ingeniero.

Los ojos de Gul se llenaron de lágrimas al escucharlos. “Hasta ahora no entienden que no pueden caminar”, dijo. “No quieren hablar de eso”.

Su futuro está plagado de obstáculos desalentadores en un país donde la mayor parte de las víctimas de guerra son civiles, muchas de ellas infantes, y el gobierno y los grupos de ayuda luchan para salir adelante.

Muchos grupos de ayuda han reducido sus operaciones en Jalalabad tras el brutal ataque de enero a las oficinas de Save the Children, aunque el Comité Internacional de la Cruz Roja tiene un centro ortopédico en la ciudad que fabrica prótesis de piernas.

Bashir, de 12 años, en la ambulancia que lo llevó a él y a su hermano, Aman, de 5, a casa. La aldea natal de su familia está en la primera línea del conflicto entre los talibanes y el gobierno.

Los caminos sin pavimentar del pueblo donde viven los niños no son muy aptos para las sillas de ruedas. Sin embargo, según los médicos, para los que tienen amputaciones por arriba de la rodilla las sillas de ruedas son la única posibilidad a corto plazo para desplazarse. Hasta ahora, los funcionarios del hospital y los familiares dijeron que no han recibido ayuda del extranjero.

“No hemos recibido nada de nadie todavía, tampoco nos han contactado”, mencionó Mohammad Hanif, de 30 años, cuyo hijo Aman, de 5 años, perdió la pierna derecha.

Las dos niñas que sobrevivieron —Marwa, de 4 años, y su prima Rabia, de 7— se retorcían de dolor en sus camas de hospital, tratando de encontrar una forma cómoda de sentarse o descansar con sus muñones vendados. Su tía, Lol Pora, madre de Shafiqullah, estaba sentada en la cama que compartían las niñas y las consolaba.

Mientras lloraban, los demás niños también comenzaron a llorar. Algunos querían irse a casa, otros sentían dolor y algunos decían que tenían hambre.

La casa familiar está ubicada en el frente de batalla de la lucha entre los insurgentes y el gobierno. El jefe de la policía distrital, Abdul Rahman Khalizay, dijo que el misil que los niños levantaron fue lanzado por los talibanes en un enfrentamiento contra el Ejército Nacional Afgano.

Un vocero de los talibanes, Zabihullah Mujahid, culpó a la policía afgana. “Este incidente no tiene nada que ver con nosotros”, dijo. “No tenemos proyectiles de sobra para andar dejándolos por ahí”.

La familia, entre la espada y la pared, se muestra renuente a decir quiénes son los responsables.

“Esas cosas pasan. No sabemos a quién culpar”, concluyó Hamisha Gul.

Fuente: The New Yorlk Times