En su laboratorio de la Universidad de California (UC) en Riverside, el biólogo molecular Omar Akbari tiene una colección de mosquitos mutantes: con tres ojos, con la boca deforme, con alas bifurcadas, con ojos blancos, de color amarillo. Los alimenta con hojuelas de pescado, sangre de ratón y agua con azúcar. Espera que alguno de ellos tenga la clave para erradicar el virus del zika.
Akbari se encargó personalmente de editar los genes de sus mosquitos. Su fin es comprobar en la práctica lo que se considera posible en teoría: lograr que una característica —por ejemplo, la infertilidad, o la incapacidad de llevar el parásito de la malaria— se imponga en la población para detener la transmisión de algunas enfermedades.
«Creo que se puede hacer», dijo a la revista Stat. «No es cáncer, no es Alzheimer. Es literalmente un mosquito que pica a la gente. Podemos detenerlo».
Sin embargo, señaló la autora del artículo, Usha Lee McFarling, hay muchas dudas sobre el impacto que la edición genética puede tener en una especie y en un ecosistema. «Son tecnologías muy nuevas a las que se asocian muchas incógnitas», le dijo la responsable del programa Safe Genes del Departamento de Defensa, Renée Wegrzyn. La Oficina de Proyectos de Investigación Avanzada a la que pertenece intenta no sólo comprender la edición sino también cómo controlarla, contrarrestarla o revertirla.
Para encontrar la mutación correcta, Akbari realiza muchas. Sus mosquitos —Aedes aegypti, capaces de portar zika y dengue— son transgénicos, es decir que vienen con una enzima Cas9 que permite una edición más eficiente: si antes había que probar con 500 huevos, ahora basta con 10 y puede obtener más resultados, como por ejemplo mutaciones dobles o triples con una sola inyección.
«Una de las barreras mayores de la genética dirigida es la resistencia natural», explicó el artículo. «Los animales que no son susceptibles a la alteración, acaso por variaciones naturales de sus propios genomas, podrían multiplicarse y conquistar un ecosistema una vez que se les introduce esa alteración».
Eso hace que cada mañana, para llegar a su laboratorio, Akbari deba pasar un seis puertas de seguridad y una cámara de descompresión, como narró Wired. Porque no sólo está estudiando a los mosquitos, insectos extremadamente peligrosos que transmiten enfermedades que matan a millones de personas cada año: también los está reprogramando. Un cambio que, para el Departamento de Defensa, es un asunto de seguridad nacional.
A los efectos de combatir el zika, Akbari intenta reprogramarlos para que se autodestruyan.
La edición genética permitiría que, por ejemplo, la autodestrucción comenzara por un factor externo como la temperatura: es decir que estos mosquitos morirían todos los veranos, lo que les permitiría a los científicos impedir la reproducción descontrolada de los individuos alterados.
Pero por ahora el estudio se mantiene estrictamente en el laboratorio. «Aún si se resolvieran las cuestiones de seguridad alrededor de la genética dirigida, quedaría un gran obstáculo: los humanos», según Stat.
Una investigadora del equipo de Akbari en UC, Cinnamon Bloss, explora las consecuencias éticas de estas tecnologías emergentes y sabe que al público le causa temor la posibilidad de que los científicos jueguen a ser dioses. «Los investigadores tienden a pensar que si las personas entienden la tecnología la aceptarán», dijo a McFarling. «No creo que sea así».
Además, ¿quiénes tendrían que aceptarla en el caso de, por ejemplo, el mosquito mutante contra el zika? Cuando una tecnología afecta continentes enteros no se puede pedir permiso escrito a todos los seres humanos que los habitan.
Por ahora los científicos estiman que han rastreado el 5% del genoma del Aedes aegpyti. «Lo que significa que nadie sabe qué hacen exactamente la gran mayoría de los genes del mosquito», sintetizó Wired. Mientras busca la eliminación del zika, el laboratorio de Akbari puede identificar también la razón por la cual la boca del mosquito es tan hospitalaria para la malaria, o cómo hacer que no se sientan tan atraídos por la sangre humana.