Aunque son nativos digitales y crecieron en línea, los miembros de la Gen Z o Centennials, los adolescentes de hoy, surgen como críticos de las redes sociales. Según una encuesta realizada en 2017 en el Reino Unido, entre estudiantes de la escuela secundaria, el 63% «sería feliz si las redes sociales nunca se hubieran inventado», citó The Guardian; y en los Estados Unidos, la mitad de los encuestados por Hill Holliday dijeron que se habían ido de las plataformas, o consideraban hacerlo.
La tendencia a la desconexión de los nacidos después de 1995 se advirtió también en la evolución de sus actitudes entre 2016 y 2018. Según registró la consultora Ampere Analysis en 9.000 usuarios de internet de ese grupo, hace dos años el 66% consideraba que las redes sociales eran importantes para ellos, y ahora esa adhesión había descendido al 57 por ciento. En cambio, creció en el segmento de 45 años y más, del 23% al 28% en el mismo periodo.
«La relación de la Gen Z con las redes sociales comienza a mostrar fracturas», dijo al periódico británico Lesley Bielby, de Hill Holliday. «Y en la medida en que los más jóvenes de la generación observen esta conducta entre sus hermanos y sus amigos, comenzarán también a reducir el uso de las plataformas».
Una de las consultadas por el medio, de 17 años, dijo que decidió cerrar sus cuentas cuando trataba de hacer compras en un supermercado con una amiga que se pasó todo el tiempo subiendo fotos a Instagram y contando los likes. A otra, de 18, le hizo gracia que la compañera de clase con la que intentaba conversar, mientras la chica saltaba de una app a otra, le pidiera su número para textearle luego. Otra, de 15, fue testigo de un caso de bullying en línea, y no quiso sufrirlo alguna vez.
«Uno empieza a hacer cosas deshonestas», dijo un muchacho que dejó las redes a los 16. «En Instagram, por ejemplo: me la pasaba mostrando esta versión deshonesta de mí mismo, en una plataforma donde la mayoría de la gente presenta versiones deshonestas de sí misma». A otro joven, de 18 años, la pareció una herramienta demasiado demandante: «Es una competencia por ver quién luce más feliz», dijo, «y si no estás feliz y quieres manifestarlo, estás buscando atención».
La alternativa, no estar feliz y no manifestarlo, terminó por agotarlo en seis meses, hasta que borró la app de fotos y videos. «Si tienes un mal día, escroleas y eres bombardeado constantemente con imágenes de gente en fiestas. Aun si no es una descripción exacta de sus vidas, es lo que ves. Dejé de usarlo. Se volvió algo deprimente».
Los miembros de la Gen Z no aprendieron a usar las redes: se incorporaron naturalmente a cada una de ellas a medida que ellos crecían y ellas nacían. Facebook en 2004, Twitter en 2006, Instagram en 2010 y Snapchat en 2011 fueron integrándose a sus vidas en tiempo real, mientras se formaban los circuitos en sus cerebros, hasta naturalizar la hiperconexión en sus vidas.
«Los están abrumando la responsabilidad de mantener sus sitos sociales y el sostenimiento de la personalidad de algún modo inflada que muchos han creado allí, donde constantemente buscan aprobación», dijo Bielby a The Guardian.
En la escuela, las redes pueden funcionar como una suerte de barómetro: si alguien tiene sólo 80 seguidores en Instagram, difícilmente pueda aspirar a ser amigo de alguien que tiene 2.000. Y en el tejido de solicitudes de amistad y amigos de otros amigos, se destruye la capacidad para socializar en la vida real.
Pero dado que muchos adolescentes perciben como natural el uso de las plataformas, y temen al rechazo de quienes no imaginan la vida fuera de ellas, algunos las abandonan solamente por un tiempo. Según una encuesta realizada en los Estados Unidos por la investigadora Amanda Lenhart, «el 58% de los adolescentes dijo que había tomado al menos un recreo de al menos una red social».
¿La razón más común? «Interfería con la escuela o el trabajo, para más de la tercera parte de los encuestados», explicó al periódico. «Otras razones fueron sentirse hartos del conflicto o el drama que se desarrollaba entre sus grupos de pares y sentirse oprimidos por la catarata constante de información». El tiempo también es un factor, según el estudio de Hill Holliday: al volver a contactar a quienes pensaban en dejar las redes, halló que el 44% lo había hecho para «usar el tiempo de manera más valiosa».
Pero acaso la clave esté en la búsqueda de la privacidad, algo que es desconocido para una generación cuya vida a estado expuesta en las redes desde que nacieron, y a veces desde los ultrasonidos de sus madres durante la gestación.
«La gente joven quiere salir de ese pequeño pueblo sin cortinas, donde todo el mundo sabe todo sobre cada uno», dijo a The Guardian Amy Binns, investigadora de la Universidad del Centro de Lancashire. «Cuando las redes sociales empezaron, no sabíamos hacia dónde irían. Estos chicos tienen más conciencia del valor de la privacidad que la que nosotros teníamos hace 10 años».
En ese periodo se acumuló, además, una educación básica sobre el impacto de la tecnología en la vida privada: los adolescentes saben que funciones de localización como Snap Map podrían tener un uso negativo, o que un video que revele su intimidad se podría reproducir de maneras abusivas, o que hay expresiones que son ofensivas en un tuit. También que la luz azul de las pantallas puede dañar la vista.
Y sobre todo, saben que muchos estudios han revelado el lado oscuro de las redes sociales: entre la gente de 13 a 18 años, el uso intensivo de las plataformas se asocia a depresión y suicidio, en particular entre las chicas.
Aunque el 41% de los encuestados por Hill Holliday dijo que las redes les causaban angustia, también la provoca el sentirse fuera de ellas. El miedo a perderse de algo (fomo), según Bielby, es el principal inconveniente que denuncian los chicos que cerraron sus cuentas. Parte del problema, desde luego, es que aplicaciones como Facebook e Instagram han sido diseñadas para ser adictivas.
Infobae